Disculpe, yo no pedí esa opinión
Hoy revisamos dos casos de personas que han recibido (y recibirán) opiniones no pedidas. Una no sabe qué hacer con ellas y otra lo tiene más claro. ¿Tú qué haces cuando te traen a la mesa algo así?
Caso 1
¿De qué hablamos cuando hablamos de opiniones no pedidas?
Del impulso incontrolable que nos orilla a decirle a alguien nuestros juicios sobre sus acciones, apariencia, pensamientos, modo de vivir y lo que se pone, sin que la persona opinada solicite abrir la boca.
¿Cómo se siente una opinión no pedida?
A veces es como un chicle que se pega en la nalga porque alguien lo dejó a propósito en un asiento. Otras veces, como una caca de pájaro directo en la coronilla.
¿Le parece grave recibir opiniones no pedidas?
No sé qué hacer con ellas o dónde ponerlas porque no las necesito. Me entran por la oreja y, a veces, se acomodan entre los recuerdos incómodos, pero generalmente solo andan dando vueltas en mi memoria.
Mire, las opiniones pedidas procuro acomodarlas en un lugar visible porque la gran mayoría son útiles en el momento o en el futuro. Cuando ya no las necesito, las encuentro fácilmente y las reciclo. Las opiniones no pedidas siempre logran esconderse, como alimañas.
Más allá de una obsesión clara con el acomodo de las cosas ¿Cuál es su problema entonces?
Me siento un imán de opiniones no pedidas. Quizás me lo he buscado.
¿Qué quiere decir con ‘imán’?
No quiero parecer dramática, pero creo que hay algo con mi ropa que activa en ciertas personas el impulso de darme su opinión sobre lo que llevo puesto. No se trata sobre mi físico a propósito de cómo se me ve puesto algo; se enfocan en las prendas. A veces, esos comentarios son el primer escalón para opinarme la personalidad. O peor aún, creen que están haciendo comedia.
¿Puede darme un ejemplo?
Puedo darle muchos. La recepcionista de un laboratorio médico me opina casi siempre que voy a consulta que soy ‘colorida’, pero yo solo le pido registrar mi llegada a consulta. No le pregunto nunca qué piensa de mi ropa porque no es mi amiga ni trabaja como stylist, o no que yo sepa. Sospecho que se trata de mi elección de estampados: flores, rayas, bolitas, frutas, animal print, etc. Puede que haya algo también con los colores. Después de todo vivo en un lugar donde la gente se viste, casi siempre casi diario, de negro, azul marino o beige. Sin embargo, salgo con chamarras amarillas, moradas o azul cobalto, sin temor a las consecuencias.
¿No le parece un comentario inocuo?
Usted dirá que lo puedo tomar con humor, pero es un adjetivo que he escuchado de colegas, instructores de yoga, amigx y conocidxs de mi esposo, gente extraña en situaciones en las que el silencio debería ser rey. Porque a ninguno le pedí una opinión y generalmente al adjetivo no le siguen halagos sino cosas como: «te gusta llamar la atención», «debe ser porque eres de un país caliente», «debe ser porque eres de México, yo vi Coco y todo era muy colorido», «si te pierdes en el bosque, los equipos de rescate no tardarán en encontrarte».
¿Usted nunca le pregunta a alguien sobre cómo se le ve algo puesto?
No, o sea, sí a la gente cercana (una amiga, mi esposo) y quizás a alguien que trabaje en las tiendas. No lo hago con desconocidxs, vecinxs o gente del trabajo.
¿No podría solo olvidar esas opiniones no pedidas?
En la mayoría de los casos lo hago, pero ya le expliqué que algunos se guardan como recuerdos, como esas canciones pegajosas que preferiría nunca haber escuchado. Puede ser que las más persistentes sean opiniones no pedidas que escucho en un día especial o difícil. También aquellas que salen de personas que parecían inofensivas hasta que opinan y se revela una malicia inesperada.
¿No cree que exagera? Es solo ropa…
No, porque me importa mi ropa. La cuido, la escojo con cuidado, me da satisfacción verme en ella. Incluso me levanta el ánimo los días en los que preferiría no sé, tener otra cara, otro cuerpo, pero entonces la ropa se asienta en esta percha que soy y me siento bien como por arte de magia.
¿Cuál fue la última opinión no pedida que recibió?
Tengo suéter que, según una colega rusa, parece tejido a mano, pero no, es pura fast fashion. Es una prenda cómoda para trabajar en una escuela primaria. No tiene mucho de especial: es beige, de punto grueso; con tejido de cable y un patrón café alrededor del cuello, la cadera y los puños de las mangas. Es holgado y el estambre es suave. Me gustaba ponérmelo hasta el último viernes de disfraces en el que entré al comedor con el suéter y una diadema de orejas de oso. Entonces, una colega opinadora compulsiva me ‘preguntó’ si iba disfrazada de osa con mal gusto.
¿Qué respondió?
Que sí. Después sufrí el mal de la escalera, es decir, eso de no saber qué responder en un momento tenso, pero después, al subir o bajar una escalera, viene a la mente la réplica perfecta. Esa persona ya me había opinado otras prendas. Tal vez debí detenerla el día que me hizo una broma sobre una sudadera tie-dye, pero fue mi decisión seguir con aquello de «no tomarse las cosas a pecho». Creo que es lo peor que una puede hacer porque después de aceptar la primera opinión no pedida, toda protesta futura parecerá una exageración o un arrebato de ira. Además, da oportunidad a lxs opinadorxs a soltar un «me hubieras dicho antes». Yo me sigo poniendo el suéter, pero el comentario del día de los disfraces lo arruinó, ahora parece que tiene una mancha de aceite que no se quita con tallarle.



¿Se le ocurre una solución para detener las opiniones no pedidas?
Ser amables. Sé que es muy difícil, pero hay que intentarlo. Y claro, al recibir una opinión no pedida, una debe responder de inmediato con «disculpe, yo no pedí esa opinión».
*
Caso 2
¿Para usted qué es una opinión no pedida?
El mal de hablar sin pensar y sobre todo de alguien que tiene la necesidad perturbadora de hacerse notar y no hacer uso de la percepción.
¿Qué siente cuando recibe una opinión no pedida?
Molestia. Sé que cada quien es responsable de sus emociones, pero en cuanto a alguien le sale del sistema una opinión no pedida, automáticamente le pertenece a quien escucha. Esto impacta de diferentes maneras y por lo tanto pueden ser cuestionadas.
Lo que más me enfada es que cuando se confronta al opinador, se ponga en el lugar de víctima y no sea capaz de afrontar o revalorar lo dicho.
¿Considera que atrae este tipo de opiniones?
A veces.
¿Puede darme un ejemplo?
Estaba con una tía en una tienda departamental, y una señora desconocida me dijo que si no me daba pena estar tan gorda y que mi tía era más grande que yo y estaba mejor de cuerpo.



¿No le parecen comentarios inocuos?
NO.
NO.
No, pienso que ninguno lo sea.
¿Cuál es su intención? Puede ser malicia o simplemente estupidez, pero por supuesto que hay subtexto.
¿No podría solo olvidar esas opiniones no pedidas?
Ahora las olvido, pero sobre todo las cuestiono y confronto sin ningún tipo de vergüenza.
¿No cree que exagera?
NO.
¿Cuál fue la última opinión no pedida que recibió?
No fue directa hacía mí, aunque se trata de algo que me llevó a pensar en que los hombres no tienen porque opinar de todo.
¿Cómo reaccionó?
Le he dado muchas vueltas a este tema, no tengo certeza, sigo pensando y cuestionando por qué me siento incómoda con algunas opiniones generales no pedidas.
Lo pienso.
Lo pienso.
Y pienso que sería importante que, antes de opinar, aprendieran a escuchar y digerir.
Y que no es fundamental que tengan algo que decir de todo.
¿Cómo se siente una opinión no pedida?
Invasiva.
¿Se le ocurre una solución para detener este fenómeno?
Confrontar y cuestionar la opinión, si molesta u ofende.